La familia neoyorquina sinónimo de riqueza en EE.UU. abandona el icónico rascacielos que lleva su apellido para «reducir gastos»
Los viejos ricos pierden metros cuadrados en Nueva York. Y si no que se lo pregunten a los descendientes de John D. Rockefeller, el primer multimillonario de Estados Unidos. La familia más famosa de la Gran Manzana ha tenido oficinas en la planta 56 del número 30 del Rockefeller Center –el rascacielos art déco levantado por el clan durante la Gran Depresión– desde su inauguración, en 1933. Ochenta y un años y siete generaciones después, los herederos del imperio petrolero Exxon han decidido cambiar su domicilio para, según la prensa estadounidense, «reducir gastos».
La mudanza de los Rockefeller es un nuevo capítulo en la crónica de la muerte –literal y figurada– de la vieja guardia neoyorquina, familias «de toda la vida» con egregios apellidos como Astor y Vanderbilt. John Jr., uno de los hombres más ricos de la ciudad en los años 30, gastó 125 millones de dólares de la época –1.500 millones de hoy– en la construcción del complejo, que abarca catorce torres entre las calles 48 y 51, en pleno «midtown» de Manhattan.
Obsesionado con cada detalle de la construcción, el magnate sufrió terribles migrañas durante el levantamiento de la mole de 70 plantas. El mayor disgusto se lo dio Diego Rivera, al que contrató para realizar un mural en el vestíbulo. El artista mexicano pintó en secreto un tributo a Lenin, Trotsky y Marx que John Jr. mandó a destruir sin remordimiento. El doloroso trance dio sus frutos económicos: General Electric se mudó a la torre y le siguieron otros símbolos del capitalismo como la Standard Oil y el Chase National Bank.
Las nuevas generaciones Rockefeller, más discretas y menos ricas que el patriarca («Forbes» estima su fortuna en 10.000 millones de dólares), no han querido explicar las razones de la mudanza. «Hemos llegado a un acuerdo sobre el que no tenemos libertad para hablar», dijo el bisnieto de John Jr., David Rockefeller Jr., a «The New York Times», añadiendo que la familia ha decidido «comenzar de nuevo» en el número uno del Rockefeller Plaza, un edificio más modesto y barato que también forma parte del complejo de la Quinta Avenida.
El declive de la casa Rockefeller comenzó hace décadas, cuando la dinastía tuvo que abandonar dos plantas enteras de la torre. En 2000 vendieron el número 30, conocido como «30 Rock» («Roca 30»), y otros nueve edificios emblemáticos de la ciudad al magnate inmobiliario Jerry Speyer y a la familia Lester Crown. Desde entonces, se contentaban con alquilar la planta 56, pagando 71 dólares por metro cuadrado.
«Me sorprendería si no estuvieran preocupados por el precio del alquiler», confesó Speyer al conocer la decisión de sus ilustres inquilinos. «La gente sensible respeta el dinero».
http://www.abc.es/estilo/gente/20141127/abci-rockefeller-tienen-para-alquiler-201411270231.html#.VHbD_3oVK7I.facebook
Los viejos ricos pierden metros cuadrados en Nueva York. Y si no que se lo pregunten a los descendientes de John D. Rockefeller, el primer multimillonario de Estados Unidos. La familia más famosa de la Gran Manzana ha tenido oficinas en la planta 56 del número 30 del Rockefeller Center –el rascacielos art déco levantado por el clan durante la Gran Depresión– desde su inauguración, en 1933. Ochenta y un años y siete generaciones después, los herederos del imperio petrolero Exxon han decidido cambiar su domicilio para, según la prensa estadounidense, «reducir gastos».
La mudanza de los Rockefeller es un nuevo capítulo en la crónica de la muerte –literal y figurada– de la vieja guardia neoyorquina, familias «de toda la vida» con egregios apellidos como Astor y Vanderbilt. John Jr., uno de los hombres más ricos de la ciudad en los años 30, gastó 125 millones de dólares de la época –1.500 millones de hoy– en la construcción del complejo, que abarca catorce torres entre las calles 48 y 51, en pleno «midtown» de Manhattan.
Obsesionado con cada detalle de la construcción, el magnate sufrió terribles migrañas durante el levantamiento de la mole de 70 plantas. El mayor disgusto se lo dio Diego Rivera, al que contrató para realizar un mural en el vestíbulo. El artista mexicano pintó en secreto un tributo a Lenin, Trotsky y Marx que John Jr. mandó a destruir sin remordimiento. El doloroso trance dio sus frutos económicos: General Electric se mudó a la torre y le siguieron otros símbolos del capitalismo como la Standard Oil y el Chase National Bank.
Las nuevas generaciones Rockefeller, más discretas y menos ricas que el patriarca («Forbes» estima su fortuna en 10.000 millones de dólares), no han querido explicar las razones de la mudanza. «Hemos llegado a un acuerdo sobre el que no tenemos libertad para hablar», dijo el bisnieto de John Jr., David Rockefeller Jr., a «The New York Times», añadiendo que la familia ha decidido «comenzar de nuevo» en el número uno del Rockefeller Plaza, un edificio más modesto y barato que también forma parte del complejo de la Quinta Avenida.
El declive de la casa Rockefeller comenzó hace décadas, cuando la dinastía tuvo que abandonar dos plantas enteras de la torre. En 2000 vendieron el número 30, conocido como «30 Rock» («Roca 30»), y otros nueve edificios emblemáticos de la ciudad al magnate inmobiliario Jerry Speyer y a la familia Lester Crown. Desde entonces, se contentaban con alquilar la planta 56, pagando 71 dólares por metro cuadrado.
«Me sorprendería si no estuvieran preocupados por el precio del alquiler», confesó Speyer al conocer la decisión de sus ilustres inquilinos. «La gente sensible respeta el dinero».
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