Ya hace un tiempo que quería escribir un artículo sobre los fantasmas que supuestamente habitan Edimburgo. Cualquiera que decida viajar a Escocia y visitar esta ciudad se dará cuenta de la gran cantidad de tours con contenido paranormal
que se pueden hacer en la capital de Escocia, y es que estas cosas aquí
se las toman muy en serio. Me atrevería a decir que la mayor parte de
los residentes en Edimburgo creen en fantasmas, incluso una buena parte
de ellos podría contarte una historia de este tipo vivida en primera
persona. Personalmente conozco a algunos de los que la pueden contar. No
debe ser casualidad que una de las pocas cátedras de parapsicología del mundo fue establecida en esta ciudad en el año 1983. Y es que, si crees en estas cosas, he de decirte que la actividad paranormal en la vieja Edimburgo es muy elevada.
La forma que tengo pensada de escribir este artículo es sencilla: contar algunas de las historias de fantasmas
más famosas de esta ciudad. También me gustaría añadir alguna historia
que quizás no es tan conocida pero que me ha parecido interesante, ya
que he consultado algunos libros sobre esta materia y, la verdad,
algunos relatos ponen los pelos de punta. No todos los libros que he
leído son simplemente historias, hay alguno que ha tratado de
investigaciones recientes en lugares especialmente activos, pero sin
hablar de una historia de un fantasma en concreto. También tengo pensado
incluir una historia de sucesos macabros que tuvieron
lugar en Edimburgo hace mucho tiempo, pero que no puede ser catalogada
como historia de fantasmas propiamente dicha. Por último, cuando lo
considere necesario por ser una historia más desconocida, me gustaría
citar a la fuente para así poder ser más justo.
Voy a comenzar hablando de una de las
atracciones que tiene esta ciudad. He visitado en numerosas ocasiones el
lugar conocido como Mary King’s Close,
o el callejón de Mary King si lo tradujéramos al español. Se trata de
no sólo uno, sino de cinco callejones que quedaron sepultados en las
obras del edificio que hoy es el ayuntamiento de Edimburgo, a tres de
los cuáles se pueden acceder (los otros dos quedaron totalmente
destruidos), siendo el de Mary King el principal de ellos. Desde 2003 se
puede visitar como atracción turística, hoy en día de corte histórico
aunque parece ser que al principio era usado como reclamo
fantasmagórico. Lo cierto es que, aunque personalmente no he notado
nada, en varios sitios he podido leer que se trata de uno de los lugares más embrujados de Edimburgo.
De hecho en uno de los libros que he leído hacen un par de sesiones de
búsqueda de indicios paranormales a lo largo de estos callejones. Al
visitar estos subterráneos hay un momento que se llega a una pequeña
habitación, en la que muchos dicen que la temperatura es más baja que en
el resto de habitaciones y callejones. En 1992, cuando faltaban algunos
años para que la atracción abriera sus puertas al público, el Mary King’s Close
fue visitado por un equipo de la televisión japonesa, junto con la que
parece ser es la médium más importante del país, Aiko Gibo. Esta mujer
sentía diferentes sensaciones al ir atravesando las habitaciones, pero
cuando entró en ésta en concreto fue golpeada por una abrumadora
sensación de tristeza, hambre y frío, que la sobrecogió. Al ir a
abandonarla sintió un tirón de su pierna, y al darse la vuelta se
encontró con una niña. Como buena médium le preguntó quién era y qué
hacía allí, a lo que la niña contestó que se llamaba Annie y que su
familia la había abandonado por contraer la peste (práctica habitual en
el Edimburgo de aquella época). Pero que en realidad no estaba triste
por eso, sino porque había perdido su bien más preciado: una muñeca de
trapo. Cuentan que la médium subió a la Royal Mile, desde donde se
accede a estos callejones, y allí compró la primera muñeca que vio. Al
dejarla en la habitación, la sensación que percibía se atenuó. Gente de
todo el mundo conoce esta historia y dejan numerosos juguetes en esta
habitación, hasta el punto de que hay un considerable montón que vacían
periódicamente, entregando estos juguetes a obras de caridad. Muchos
cuentan, como decía antes, que sienten frío al entrar aquí, incluso como
he comprobado personalmente sin conocer la historia. Otros dicen a los
guías que sienten impresiones del espíritu al entrar en la habitación.
Si Annie descansa en paz desde que la médium le regaló una muñeca, no lo
sabe nadie.
No es el único fantasma en estos
subterráneos. Ya decía anteriormente que mucha gente sostiene que este
lugar está plagado de ellos, sin embargo yo me voy a referir a uno en
concreto: el señor Chesney. Este hombre vivió en una de las casas más
amplias que hay en el Mary King’s Close, en una sección de este callejón
que no fue cerrada hasta que se amplió el edificio del ayuntamiento.
Parece ser que de hecho fue la última persona que vivió aquí, hasta el
año 1897. Su casa ha sido investigada en diversas ocasiones y se han
visto sombras y se han captado extraños sonidos, tanto que hoy en día
tiene una cámara web en su puerta, colocada por investigadores de la
cátedra de parapsicología, para poder monitorizar la actividad del señor
Chesney las veinticuatro horas del día, en lo que me recuerda a una
especie de Gran Hermano fantasmal, ya que lo que emite dicha cámara se
puede ver en directo por internet accediendo a la página del Mary King’s
Close.
Una de las historias que oí la primera
vez que vine de vacaciones a Escocia y que se me quedó grabada es la que
voy a narrar a continuación. Como es normal, al ya hacer tiempo de
esto, no recuerdo con exactitud los detalles, así que para contar con
más justicia esta historia me voy a basar en el libro Haunted Edinburgh,
por Alan Murdie. Existe desde hace siglos la leyenda de que dos de los
edificios más importantes de la ciudad, el Castillo y el Palacio de
Holyrood, que están a ambos extremos de la Royal Mile (por eso esta
calle recibe ese nombre), están conectados por un túnel secreto
subterráneo que recorre los casi dos kilómetros que los separan,
siguiendo la línea que sigue la propia Royal Mile. Pues bien, hace
varios siglos que se descubrió un túnel en los sótanos del Castillo.
Para averiguar si era éste el pasadizo sospechado un gaitero voluntario
se introdujo en él, con la intención de recorrerlo entero tocando su
gaita, y así las personas de la superficie podrían ir oyendo por donde
iba. Pero más o menos a mitad de la Royal Mile el sonido de la gaita se
interrumpió repentinamente. Del voluntario nunca se supo nada más. Nadie
se atrevió a montar un equipo de rescate y, ante el temor a lo que
pudiera salir del túnel, éste fue sellado. Por eso, si paseas por la
Royal Mile al anochecer y escuchas un lejano sonido de gaitas, que
parece que procede de algún lugar debajo de ti, éste será sin duda el
melancólico sonido que emite el fantasma del gaitero por toda la
eternidad.
De otro libro, Ghostly Tales and Sinister Stories of Old Edinburgh
por Alan J. Wilson, Des Brogan y Frank McGrail, extraigo el siguiente
relato, uno de los que más consigue que se me pongan los pelos de punta.
Todo empezó más de cien años atrás, cuando entre la vecindad del Jardín
Botánico de Edimburgo circulaban chismorreos sobre un señor, decían que
muy guapo, que vivía completamente solo y jamás salía de la casa de
diez habitaciones del número 17 de una calle cuyo nombre se ha olvidado.
Sólo una persona entraba en la casa, una señora que iba dos veces por
semana a llevarle provisiones y a atender las necesidades de tan extraño
personaje. Cuando este hombre murió y su ataúd fue retirado, todos los
vecinos pudieron ver como la ya anciana señora cerraba todas las
ventanas y echaba la llave a la puerta. Los años pasaron, y de pronto
empezaron los rumores de que la casa número 17 tenía de nuevo
habitantes. Aunque nadie había sido visto, los respetables vecinos del
número 16 y del 18 empezaron a oír ruidos, y alrededor de medianoche
escuchaban voces de jóvenes damas acompañadas del más profundo tono de
algunos hombres. Al pasar los días nadie podía ver a los nuevos vecinos,
así que comenzaron a circular los rumores de que en realidad la casa
estaba embrujada. Más años pasaron, y tras una generación estos rumores
fueron olvidados. Nuevos residentes se mudaron a los números 16 y 18,
pero la casa número 17 permanecía vacía y abandonada. Pero en los
primeros años de la Primera Guerra Mundial, esta casa se convirtió en un
lugar de mucha actividad. Fontaneros, albañiles, pintores y
profesionales de otros gremios empezaron a restaurar la casa porque una
pareja inglesa la había comprado con la intención de abrir una pensión
en ella.
Un par de incidentes ocurrieron en un
dormitorio del ático de la casa. Una de las sirvientas oyó voces
procedentes de esa habitación, pero cuando entró no había nadie. A otra
le ocurrió lo mismo, aunque añadió que al estar en esa habitación sintió
que había alguien de pie justo al lado de ella. Ante estos relatos, el
propietario decidió cerrar esa habitación y no volver a alquilarla. Sin
embargo un invierno se presentó en la pensión una pareja de recién
casados que no encontraba alojamiento, así que el propietario, al tener
el resto de habitaciones ocupadas, les alquiló la del ático. Por
supuesto que no les dijo nada de las voces, pero por supuesto que ellos
las oyeron, así que tocaron la campana que había en el pasillo para que
alguien viniese a solucionarles este error, ya que obviamente el
dormitorio estaba ocupado. Fue una anciana, Mary Brewster, quien se
presentó, pero tan pronto que entró en la habitación chilló de terror.
El ama de llaves subió rápidamente la escalera, y sin explicarles nada a
la atónita pareja entró. Vio a Mary Brewster rígida, sujetando con
firmeza la barra de latón de la cama y mirando hacia arriba, con una
expresión de haber perdido la cabeza. Nadie sabe lo que vio, porque
nunca fue capaz de volver a hablar. Por su parte la pareja decidió que
en realidad no habían buscado lo suficiente entre el resto de pensiones
de la ciudad. Las noticias circularon rápidamente y un estudiante de
Teología de la Universidad de Edimburgo, llamado Andrew Muir, llegó a un
acuerdo con el dueño de la pensión. Él entraría a la habitación con dos
campanas, una pequeña que haría sonar si veía algo inusual y otra mayor
que usaría si estaba en peligro inminente. Mientras tanto, el
propietario estaría en la habitación de abajo. Durante los diez primeros
minutos de estancia de Andrew Muir en el ático ningún sonido se
escuchó, pero llegados a este punto el propietario pudo escuchar
claramente cómo la campana grande estaba sonando. Subió a toda prisa las
escaleras e irrumpió en la habitación, y con la tenue luz que vertía la
lámpara de la mesa pudo ver al señor Muir desplomado en la silla,
mirando hacia arriba y con una expresión en su cara que sólo se podía
describir como de pavor. El joven estudiante había muerto de miedo y con
renovado terror el propietario tuvo que oír el sonido de la otra
campana, al resbalarse ésta de la mano del estudiante muerto. Lo que
vieron Mary Brewster y Andrew Muir nunca se ha sabido. La pensión selló
sus puertas y el propietario se jubiló. Nunca jamás fue ocupada esta
casa otra vez, y años después la calle entera fue demolida, llevándose
entre esos escombros los de la casa número 17, y con ellos el secreto
que encerraba y que jamás será resuelto. Aunque nunca se sabe, ya que en
Edimburgo es costumbre reutilizar piedras y ladrillos de casas
demolidas en la construcción de nuevos inmuebles así que ¿quién podría
asegurar que el terror que estaba ligado a las piedras de la casa número
17 no habita hoy en día en un nuevo hogar?
No sé cómo os sentiréis después de leer
esta historia, pero personalmente yo tengo los pelos de punta, así que
aunque la temática del artículo es la que es voy a intentar relajar el
ambiente contando una historia que no tiene que ver con fantasmas, como
anticipaba al comienzo del artículo. Esta historia la protagonizan dos
personajes que, personalmente, creo que son los más conocidos de todos
los que voy a nombrar a lo largo del escrito: estoy hablando de William
Burke y William Hare. Estos dos amigos irlandeses se dedicaban a robar
cadáveres en el Edimburgo de principios del siglo XIX para ganarse la
vida. Por aquél entonces la Universidad de Edimburgo era una institución
de fama mundial por la calidad de su preparación. Es obvio que para
investigar en medicina hacían falta cadáveres, pero los suministrados a
la Universidad (criminales ejecutados) empezaban a ser insuficientes
debido a los cambios en las prácticas y en las leyes. Ahí es donde esta
pareja vio el negocio y empezaron a robar cuerpos, pero cuando se vieron
en la imposibilidad de seguir robándolos, lo que hicieron Burke y Hare
fue empezar a fabricarlos, es decir, a asesinar. Mataban comprimiendo el
pecho de la víctima hasta asfixiarla, y siempre a personas que nadie
echaría de menos: prostitutas, mendigos, etc. Fueron los verdugos de
diecisiete personas desde noviembre de 1827 hasta octubre de 1828.
Finalmente fueron descubiertos y aunque las pruebas contra ellos no eran
lo suficientemente sólidas, el alcalde le ofreció un indulto a Hare si
testificaba contra Burke, que fue aceptado. William Burke fue ejecutado
ante una multitud estimada en 25.000 personas el 28 de enero de 1829, y
diseccionado públicamente en la Escuela de Medicina, donde a día de hoy
se encuentran expuestos su esqueleto, máscara mortuoria y algunos
objetos hechos con su piel. Por su parte William Hare huyó de Edimburgo,
aunque se desconoce cómo terminaron sus días.
Los asesinatos de Burke y Hare han sido
extremadamente conocidos. Varias versiones y adaptaciones han sido
llevadas a la literatura y al cine, por poner un ejemplo la novela El
ladrón de cadáveres de Robert Louis Stevenson está basada en ellos. En
la lengua inglesa, a la forma de matar sin dejar rastro que practicaba
esta pareja se le asocia la palabra burking o Método Burke. Pero otro
misterio sin respuesta que muchos asocian a estos hechos ocurrió en
julio de 1836. Unos muchachos que buscaban madrigueras de conejo en
Arthur’s Seat, una de las colinas de Edimburgo, encontraron algo que los
dejó atónitos: diecisiete ataúdes en miniatura, de unos cinco
centímetros de largo, cada uno de ellos conteniendo siluetas talladas en
madera. Habían sido depositados allí uno a uno, porque la disposición
así lo indicaba. Había tres hileras, la primera de ellos con ocho
ataúdes casi podridos por el paso del tiempo, en la segunda había otros
ocho en no tan malas condiciones y en la última había sólo uno de
aspecto muy reciente. ¿Fue esto un tributo de algún habitante de
Edimburgo, como algunos sugieren, para las diecisiete personas
asesinadas por los infames Burke y Hare? ¿O en realidad los menos de
diez años transcurridos desde los asesinatos hasta este descubrimiento
no justifican los diferentes estados de conservación de los ataúdes, y
la explicación sería mucho más macabra? Me temo que nunca conoceremos la
respuesta.
Contaré ahora otro relato extraido de Ghostly Tales and Sinister Stories of Old Edinburgh,
un suceso que les ocurrió a finales del siglo XIX a Robert Eliot
Westwood, instructor del cuerpo del ejército británico de los Royal
Engineers, y a su amigo inglés Tom, que era maestro de escuela. Ambos
fueron alojados por una noche en la Casa del Gobernador, dentro del
recinto del Castillo de Edimburgo. Durante la velada el tema de los
fantasmas surgió. Aunque Robert no había experimentado nunca nada
paranormal, no era escéptico, algo de lo que Tom se reía pues mantenía
que los fantasmas nunca existieron ni lo harían jamás. A pesar de esto,
al retirarse a su habitación de la segunda planta Tom se aseguró de
cerrar bien todas las puertas de la casa e incluso colocó una barra de
hierro en la del dormitorio para que no pudiera ser abierta. Cuando ya
estaban dormidos un sonido como si el día del Juicio Final hubiese
llegado les despertó. A pesar de que se habían asegurado bien de haberla
cerrado el ruido vino inequívocamente de la puerta principal de la
residencia, la cual había sido abierta de golpe. Ambos aguzaron el oído,
oyendo pasos que subían por la escalera, pasos pesados con un tono
metálico, acercándose poco a poco. Tom agarró la mano de Robert tan
fuerte que sus uñas se hundieron en la carne. De pronto la puerta del
dormitorio se abrió de par en par y una corriente de aire frío les
atravesó. Los pasos se acercaban a ellos y la atmósfera estaba cargada
de maldad. Hubo un ruido y después la luz de la luna iluminó la
habitación. No había nadie allí, pero la puerta estaba abierta. Los
amigos bajaron a la entrada principal y allí comprobaron que estaba
también abierta, aunque los pestillos estaban echados y no había nada
aparentemente roto. Preguntándose qué poder satánico podía haber hecho
esto, volvieron a asegurar la puerta, echaron la llave, y volvieron a su
dormitorio donde comprobaron una y otra vez que la puerta estuviese
cerrada y segura. Se fueron a dormir y cuando cayeron en un intranquilo
sueño otro sonido los despertó. La entrada frontal había sido abierta
otra vez. Los mismos pasos se acercaban por la escalera. Una vez más la
del dormitorio se abrió de repente, sintiendo ambos la misma corriente
de aire frío y la misma sensación de maldad. Los mismos pasos se les
acercaban. Esta vez la luz de la luna no entró en la habitación, pero
con dedos temblorosos Robert fue capaz de encender una vela. La
habitación estaba vacía y en paz, pero la puerta estaba abierta. Les
costó reunir el valor suficiente para bajar a cerrar la de abajo, que
ellos sabían a ciencia cierta que ya no estaba cerrada. Lo consiguieron,
volvieron a su dormitorio y nada más les molestó, debido a que pocos
minutos después uno de sus camaradas llamó a la puerta principal para
informarles de que era hora de levantarse. Aunque, inocentemente, el
soldado les preguntó cómo habían pasado la noche, ninguno fue capaz de
explicar la verdad. Y la verdad es que la noche que los amigos pasaron
en la Residencia del Gobernador se cumplía el aniversario de un
incidente que ocurrió en 1689, cuando el Gobernador era el Duque de
Gordon. Esperando un asedio, el Duque envió a su mujer e hijos a la
región de Fife por seguridad, pero cruzando el Estuario del Forth se
levantó una tormenta y el barco naufragó, llevándose con él la vida de
todos excepto la del mayordomo. Cuando regresó al Castillo para
contárselo al Duque, éste le asesinó en el centro de una habitación de
la segunda planta. La misma habitación donde Tom y Robert pasaron la
noche.
Escalofriante historia, por lo que voy a
pasar a hablar de algo un poco más moderno, y que personalmente no me
aterroriza en tanta medida. Se trata de algo que ocurre en el cementerio
de Greyfriars,
y de lo que ya hablé un poco en un anterior escrito. En este camposanto
hay una parte hoy cerrada al público, la denominada Prisión de los
Covenanters, ya que unas 1200 personas de este movimiento que pretendía
mantener la religión presbiteriana en Escocia fueron confinadas aquí.
Quien los persiguió y encerró fue George Mackenzie, y durante este
encierro muchos murieron de frío, otros de hambre y otros fueron
ejecutados. Cuando Mackenzie murió en 1691 fue enterrado en un panteón a
escasos metros del lugar donde él encerró a esas personas y donde
provocó tanto sufrimiento. Han pasado los siglos sin que nada haya
ocurrido en Greyfriars, y la Prisión de los Covenanters ha sido
accesible para todas las personas que deseaban acceder a esa parte del
cementerio. Pero en 1999 un mendigo, en una noche fría y lluviosa,
decidió que el panteón de Mackenzie era un buen lugar para cobijarse y
dormir. Aún tenía frío, así que decidió mover la losa de la tumba para
resguardarse en el interior, encontrando unas oscuras escaleras que
descendían. Bajó pero tuvo la mala suerte de tropezar por lo que
finalmente aterrizó en un montón de huesos en una tercera cámara
subterránea. Allí fue donde se encontró cara a cara con una figura
oscura y de cuerpo entero: el mismísimo George Mackenzie. Ante esta
visión, el mendigo salió corriendo del mausoleo y gritando como si
hubiese visto al demonio. Desde entonces, y personalmente creo que es
porque este mendigo liberó el fantasma de Mackenzie, muchas cosas
extrañas han ocurrido en la Prisión de los Covenanters. En lo que se ha
venido a denominar el poltergeist mejor documentado de Reino Unido,
existen más de 400 testimonios de personas que sufren arañazos,
moratones, mordiscos y con mayor frecuencia desmayos al entrar en este
lugar. Tanto que el Ayuntamiento de Edimburgo decidió cerrar esta zona
del cementerio para que no hubiese más problemas. Una empresa le pidió
permiso al Ayuntamiento para hacer visitas guiadas por la noche, y éste
accedió. Es la única forma de entrar, aunque previamente has de firmar
un documento en el que lo haces bajo tu propia cuenta y riesgo. Es una
zona catalogada con la máxima puntuación en la escala que usan los
expertos en sucesos paranormales, visitada por algunos investigadores e
incluso por programas de televisión. Decía antes que este lugar no me
aterrorizaba en gran medida, pero tengo que reconocer que es porque no
he entrado ni pienso hacerlo. Se ha intentado exorcizar el lugar, pero
sin éxito. En 2000 un reverendo local, Colin Grant, ante la prensa local
y armado con una Biblia en una mano y un crucifijo en la otra, inició
un exorcismo. Durante el mismo sufrió convulsiones y finalmente tuvo que
abandonar su intento, declarando que no le sorprendería si las
abrumadoras fuerzas del mal que había en el lugar le mataran. Murió una
semana después.
La siguiente historia, extraída de Ghostly Tales and Sinister Stories of Old Edinburgh,
tampoco tiene desperdicio. Nos tenemos que remontar a finales del siglo
XVIII, cuando el cerrajero George Gourlay y su mujer Christian vivían
en el segundo piso de una casa en Bell’s Wynd, uno de los callejones de
la Royal Mile, entre la Catedral de St Giles y la Iglesia Tron. Desde el
día en el que se mudaron George estaba totalmente fascinado con la casa
que había debajo de ellos. Llevaba vacía y firmemente cerrada desde
hacía 21 años, demasiado tiempo para que una casa estuviese desocupada
en la Old Town. ¿Dónde habían ido los propietarios? ¿Por qué no se
vende? ¿Por qué no la alquilan? Todas estas preguntas se las hacía
George, pero su mujer Christian le podría haber dicho algunas cosas
sobre esa casa, ya que ella había vivido ahí antes de que se casaran,
aunque nunca había hablado del tema. Circulaban extrañas historias sobre
la casa en las tabernas de la zona, pero en realidad nadie sabía nada.
Una noche George no pudo resistir más su curiosidad, y armado con un
juego de herramientas de su trabajo de cerrajero y un candil consiguió
entrar fácilmente en la casa. Se encontraba en un largo y estrecho
pasillo, con el olor a muerte y abandono rodeándole. Su corazón latía
con fuerza, pues él sabía que algo siniestro le estaba esperando
mientras se acercaba a la primera de las cuatro puertas que había en el
pasillo. Al cruzarla se encontró en la cocina, con varios signos de
haber sido abandonada con prisa. En la mesa había varios platos y una
salsera, listos para ser llevados al comedor, y en la chimenea el
esqueleto de un pato le miraba con ojos vacíos. ¿Por qué alguien se
tomaría tantas molestias para preparar una comida que nunca habría de
ser consumida?
George se dirigió al comedor y encontró
la mesa servida para una cena para dos. Había un cuchillo junto a una
hogaza de pan dura como un ladrillo y dos jarras de vino llenas junto a
las copas. ¿Para quién era la cena y por qué nunca había sido comida? La
valentía inicial de George estaba menguando cuando abrió despacio la
puerta del dormitorio. Lo que vio le paralizó. En la habitación había
una cama de cuatro postes con una pesada cortina de terciopelo
rodeándola, pero del interior de las cortinas una blanca figura
fantasmal surgió en silencio y le atravesó, apagando la luz del candil y
desapareciendo en el pasillo. A pesar de que su valentía le había
abandonado por completo, George no pensaba abandonar habiendo llegado
tan lejos. Encendió la luz y se aproximó a la cama para abrir la
cortina. En ella vio un esqueleto que le miraba casi de forma
amenazadora, con sus blancos dientes de marfil apretados firmemente como
si agonizara. George había visto bastante. Completamente aterrorizado
salió corriendo de la casa y no dejó de temblar hasta que alcanzó la
seguridad de su propia cama, donde Christian estaba dormida. Durante el
día siguiente ella vio a su marido completamente conmocionado y casi
enloquecido. A pesar de esto no le preguntó. No lo necesitaba, ella
sabía qué había pasado.
Esa noche alguien llamó a la puerta. Era
un anciano que sin presentarse empezó a preguntar a la pareja cosas
sobre la casa de abajo y le pidió a George que, dado que era cerrajero,
bajara con él a intentar abrir la puerta. Éste se negó, a lo que el
anciano le preguntó “¿Entonces sabes el secreto?” “¡Sí!” respondió
George, “he visto el pato y la mesa puesta y las jarras y… y… y…” “Sí,
el cuerpo” dijo el extraño, afirmando con su cabeza. En ese preciso
momento Christian reconoció al anciano y salió de la casa gritando “¡Es
el hombre! ¡Ha vuelto! ¡Es él! ¡Es el señor Guthrie!” Ella le pidió a un
vecino ir a buscar al fiscal con el que finalmente se desahogó. El
señor Guthrie había sido hace muchos años el último propietario de la
casa. Una noche había vuelto inesperadamente y encontró a su mujer en
los brazos de otro hombre. Los mató a ambos. Christian había sido su
sirvienta por mucho tiempo. Era ella la que había preparado la cena para
la señora Guthrie y su amante. El señor Guthrie le dio diez guineas
para que callara sobre los asesinatos y preservar su buen nombre. El
fiscal, ante esta historia, actúo con comprensión. Le dijo al anciano
que se fuera y enterrara a su esposa, debido a que ya había pagado un
gran precio, perseguido por todo el mundo por sus propios
remordimientos, más de lo que la ley nunca hubiese demandado de él. El
fantasma de la señora Guthrie finalmente pudo descansar, pero todavía
algunos misterios permanecen sin resolver. ¿Cómo pudo Christian Gourlay
vivir durante tantos años encima de una casa donde ella sabía que había
un cadáver? ¿Por qué el señor Guthrie había vuelto, después de tanto
tiempo, justo al día siguiente de que George hubiese estado en la casa, y
de hecho pareciendo saber que el cerrajero había entrado en ella? ¿Y
qué pasó con el amante? ¿Qué hizo el señor Guthrie con su cuerpo? Nunca
lo sabremos.
No puedo terminar este artículo sin hablar de otro de los lugares más embrujados de Edimburgo: las bóvedas de South Bridge. Según los lugareños este puente ya estaba maldito desde sus inicios. Los gobernantes de la ciudad le concedieron el honor de ser la primera persona en cruzar el puente en su inauguración, en 1788, a la mujer más anciana de la ciudad. Desafortunadamente la mujer falleció una semana antes de esta inauguración, pero aun así decidieron que cruzaría en su ataúd, por lo que la mayor parte de la población local se negó a pasar por el puente durante varios años alegando que estaba maldito. El puente fue construido con diecinueve arcos y con varios niveles en su interior, resultando en una gran cantidad de bóvedas que fueron ocupadas por comerciantes y artesanos de la época. Pero las condiciones empezaron a empeorar debido a que el puente no fue impermeabilizado, y los comerciantes comenzaron a irse, pero las cámaras vacías fueron progresivamente ocupadas por lo peor de la sociedad de Edimburgo: ladrones, prostitutas, asesinos y demás gente de esta calaña habitaban las bóvedas. Tras algunos años el Ayuntamiento llenó de escombros y tapió el lugar. Pero fue un residente local quien a finales del siglo XX las redescubrió, y desde entonces se pueden visitar como parte de un tour de fantasmas. Muchos programas de televisión se han grabado en este lugar, y varios libros hablan de él. La misma BBC lo ha catalogado como uno de los sitios más embrujados de Reino Unido. Yo mismo he bajado ahí, y tengo que reconocer que el ambiente es opresivo y malsano. Son varios los fantasmas que habitan las bóvedas. Es curioso que en los comienzos de hacerse el tour, había personas que escribían en los libros de visitas felicitando a la empresa por la extraordinaria caracterización de algunos de los personajes de las bóvedas, entre ellos un zapatero. La realidad es que nadie se disfraza en esta atracción, así que ¿cómo es posible que diferentes personas de diferentes partes del mundo, que no se conocen ni conocían nada de la historia, puedan describir en el libro de visitas exactamente la misma visión? Otro de los fantasmas es el de una mujer que odia a las mujeres embarazadas, que suelen ser atacadas o sentirse mal. También hay un niño al que le gusta particularmente agarrar con su gélida mano la mano de algún adulto. Pero el fantasma más hostil es el conocido como el Señor Botas. Se describe como la aparición de una persona muy alta, vestida de azul y con largas botas. Distintas personas han sufrido mareos y desmayos al entrar en la que se dice que es su habitación, otras oyen obscenidades susurradas en sus oídos, y las hay que lo que oyen directamente es comentarios como “no me gustas” o “vete de aquí”.
Y con esto hemos llegado al final del
repaso por algunos de los fantasmas de Edimburgo. Hay muchísimos más,
tanto fantasmas como lugares embrujados e historias que asustarían al
más valiente. Yo sólo he hecho una recopilación de algunas de ellas,
pero sin duda si te atrae el tema esta ciudad es una buena elección para
venir. Si por el contrario no crees, tal vez una visita por alguno de
los lugares de los que he hablado en este artículo te haría cambiar de
opinión. Hasta la próxima.
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